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La Creacion y los miles de millones de años 21/12/2024
MILES DE MILLONES
Primero, reflexionemos sobre los "nunca bien ponderados" siete días.
Por supuesto, los siete días bíblicos debían tener algún tipo de explicación
-pensé-, y me aboqué a resolverlo.
Lo primero que se me ocurrió fue que si Dios era infinito, posiblemente, un día
de Dios podría durar mil millones de años, por lo que siete días de Dios bien
podrían ser seis mil millones de años. Ustedes dirán ¿por qué seis mil millones
de años? Bueno, porque actualmente se calcula, que desde la nebulosa original al
presente han transcurrido seis mil millones de años, y cuatro mil seiscientos
millones de años desde la consolidación de la Tierra.
Aunque Occidente no ha manejado cifras importantes -y al decir cifras
importantes me refiero a guarismos tan grandes como de miles de millones de
años- en sus mitologías, puede ser interesante observar que en India -para la
época en que se escribió el Génesis- ya estaban acostumbrados a pensar números
de esa magnitud.
Por ejemplo: según las escrituras védicas [4], los cuatro yugás (eras) forman un
ciclo de 4.320.000 años (un Majá-yugá, o 'gran era'), que se repite una y otra
vez. La primera es la Satyá-yugá o 'era de la verdad' de 1.728.000 años de
duración. En la que el promedio de vida de una persona era de 100.000 años. Es
la Era de Oro, según otra clasificación.
Luego, adviene la Duapára-yugá o 'segunda era' que abarca unos 1.296.000 años.
Con un promedio de vida de 10.000 años; también denominada Era de Plata.
La 'tercera era', Treta-yugá duró unos 864.000 años; en ella el promedio de vida
que tenía un hombre era de 1.000 años; también es conocida como Era de Bronce
(aunque no se pretende que coincida con la Edad de Bronce en la India).
Finalmente, Kali-yugá o 'era de riña' de 432.000 años de extensión donde el
promedio de vida de un ser humano era de 100 años (al comienzo de ella, hace
5100 años). Denominada Era de Hierro (tampoco se pretende que coincida con la
Edad de Hierro en la India).
4 Se denomina Vedas (literalmente
'conocimiento', en sánscrito) a cuatro textos muy antiguos, base de la religión
védica, que fue previa a la religión hinduista. La palabra sánscrita vedá
proviene de un término del idioma indoeuropeo (weid), relacionado con la visión,
del que surgieron el latín vedere (ver) y veritás (verdad) y las palabras
españolas "ver" y "verdad". Los textos védicos se desarrollaron dentro de lo que
se denomina la cultura védica, basada en castas (varna o 'color') y ásramas
(etapas de vida religiosa).
Interesante, muy interesante.
Hasta aquí no encontré inconvenientes en sopesar los "siete días".
Si uno cree en Dios, lo normal, a mi entender, sería creer que es infinito, por
lo que la relación miles o millones de años-días de Dios no me ha generado
ningún conflicto.
Sigamos.
Analicemos ahora la explicación que nos brinda la ciencia acerca del nacimiento
del Sistema Solar y de nuestro planeta Tierra para, de esta manera, luego poder
compararla con el texto del Génesis.
Los invito a situarnos en el lugar y en el tiempo.
Vayamos hasta ese momento en el que todo se inició en nuestro pequeño rincón del
universo.
Hace seis mil millones de años, una nube de gas y polvo estelar -lo que se
denomina una nebulosa planetaria-, flota a la deriva en el espacio.
Esta nebulosa, esta nube de polvo y gas estelar es el producto residual de una
estrella, que luego de su muerte como supernova [5] (estrella que explota en su
muerte, su estadío final) esparce en el espacio los materiales que ha producido
en su interior a partir de elementos más simples.
Los elementos creados en ese horno estelar -ahora más complejos- componen esta
enorme nube de polvo, hielo y gas que flota plácidamente a la deriva. Nuestra
nebulosa local.
5 Supernova: Estrella que estalla y lanza a su
alrededor la mayor parte de su masa a altísimas velocidades. Luego de este
fenómeno explosivo se pueden producir dos casos: o la estrella es completamente
destruida, o bien permanece su núcleo central que, a su vez, entra en colapso
por sí mismo dando vida a un objeto muy macizo como una estrella de neutrones o
un Agujero Negro.
El fenómeno de la explosión de una supernova es similar al de la explosión de
una Nova, pero con la diferencia sustancial que, en el primer caso, las energías
en juego son un millón de veces superiores. Cuando se produce un acontecimiento
catastrófico de este tipo, los astrónomos ven encenderse de improviso en el
cielo una estrella que puede alcanzar magnitudes aparentes de -6m o más.
La explosión de una supernova es un fenómeno relativamente raro. De todos modos
tenemos testimonios de hechos de este tipo: en 1054, se encendió una estrella en
la constelación de Tauro, cuyos restos aún pueden observarse bajo la forma de la
espléndida Crab Nebula; en 1572, el gran astrónomo Tycho de Brahe observó una
supernova brillando en la constelación de Casiopea; en 1640, un fenómeno análogo
fue contemplado por Kepler. Todas éstas son apariciones de supernovas que
estallaron en nuestra Galaxia.
Hoy se calcula que cada galaxia produce, en promedio, una supernova cada seis
siglos. Una famosa supernova de una galaxia exterior es la aparecida en 1885 en
Andrómeda.
En determinado momento, esta calma, este flotar plácido, se ve alterado por la
llegada de olas, olas-ondas de choque producidas posiblemente por la explosión
de otra supernova, otra estrella que termina sus días en las cercanías.
Estas ondas de choque, estas olas que impactan y sacuden a nuestra apacible
nebulosa desencadenan en ella su contracción, y al contraerse comienza a girar y
a achatarse.
Este disco achatado que es ahora nuestra nebulosa planetaria, conduce la mayor
parte de la materia hacia el centro donde ésta se acumula.
Este enorme cúmulo de materia (en su mayoría gas) hace que -bajo su propio peso
y por efecto de la gravedad- colapse, iniciando así la combustión de la
incipiente estrella central, el Sol.
La misma fuerza de gravedad -la misma fuerza gravitacional- que genera la
acumulación de materia en el centro y como consecuencia la creación de una
estrella, en nuestro caso el Sol, también produce remolinos y grumos en el disco
de polvo.
Estos grumos que giran como remolinos sobre sí y que continúan su viaje en torno
al centro, son los nodos que van a dar origen a los planetas.
Estos planetas primigenios, estos nodos o remolinos de materia estelar,
continúan su camino en torno al Sol, pero no con un movimiento circular, sino en
forma de espiral, cayendo hacia él, acercándose un poco más en cada vuelta, en
cada órbita. Por lo que se deduce que cuando iniciaron sus giros, los remolinos
originales, se encontraban más lejos de lo que los planetas "terminados" se
encuentran actualmente.
¿Y cuál fue la consecuencia de ese acercamiento al Sol por ese camino en
espiral? Bien, lo que ocurrió fue que esos planetas bebés -podríamos decir-,
fueron "limpiando" de escombros, polvo, y gas, el espacio por donde pasaron y,
de esa forma, acrecentaron sus masas con la materia capturada.
Entonces, recapitulemos y observemos el panorama general.
Primero: surge una nube de polvo y gas caótica, fruto de la explosión previa de
alguna supernova que desperdiga por el espacio su materia.
Segundo: se genera un disco de acreción a partir de esa materia que va a dar
origen, primero al Sol y luego a los planetas.
Tercero: ese disco es en sí mismo una nube de polvo y gas, que los planetas al
orbitar irán limpiando del espacio circundante.
Al "barrer" ese material, al atraerlo hacia sí, los planetas incrementarán su
tamaño con el polvo y el gas capturado.
Muchas de esas rocas, polvo y hielo, remanentes de aquella nube, son los
meteoritos que aún hoy continúan precipitándose a la Tierra, y que han dejado
tan marcada la superficie de la Luna y de nuestro propio planeta.
También el viento solar, producto de la combustión nuclear del Sol, limpia el
espacio circundante del material liviano y lo desaloja hacia los confines del
sistema.
Mientras esa ola de gas y polvo liviano es expulsada por el viento solar, vuelve
a ser capturada en su camino por la gravitación de los planetas que encuentra a
su paso, acrecentando así -un poco más- la masa de cada uno de ellos.
Bien, ya tenemos entonces, planetas primitivos que giran en órbitas casi
circulares en torno al Sol, porque al estabilizase el movimiento general del
sistema, dichas órbitas han dejado de ser espiraladas.
Estos planetas, que estuvieron recibiendo material del gas y polvo del espacio
-posiblemente, muchas veces, en forma de colisiones violentas-, tienen que haber
existido, en ese momento, en estado de lava fundida (en el caso de los planetas
no gaseosos), porque la fricción genera calor, y las colisiones de esa materia
produjeron muchísima fricción lo cual derivó en un gran aumento de temperatura
que derritió las rocas y el polvo uniendo todo ello en masas únicas, por lo
general, de forma casi esféricas.
Los planetas, al recibir cada vez menos impactos, comenzaron a enfriarse, y al
enfriarse generaron una cáscara, una costra, una superficie sólida, la corteza
terrestre sobre la que actualmente caminamos. No sólo se formó la superficie,
sino que además, los gases que se liberaron y quedaron atrapados por la fuerza
de gravedad dieron lugar a una atmósfera, como es el caso de nuestro planeta
Tierra y la atmósfera cuyos gases hoy respiramos.
Por su parte, el hielo de la nube original, también atrapado, originó el agua y,
por consiguiente su acumulación generaría los mares, los ríos, la lluvia.
Bien, muy bien, ahora pensemos cómo fue ese tiempo en que el planeta, aunque ya
se había enfriado bastante como para que la costra terrestre se formara, aún era
demasiado caliente como para que el agua lograra acumularse en forma líquida
sobre la superficie. En esa época, el ciclo de: evaporación-condensación-lluvia
era mucho más rápido debido a las altas temperaturas de la superficie. En ese
tiempo, la humedad era verdaderamente insoportable. Lluvias y tormentas
eléctricas se sucedían sin solución de continuidad. La lluvia se evaporaba tan
sólo tocar la tierra.
Un cielo impenetrable, mucha niebla, y la luz del Sol que apenas lograba
filtrarse.
Seguramente habría sido imposible para una persona, de haber podido estar en la
superficie, haber visto las estrellas o el mismo Sol debido, por un lado, a lo
cerrado de las nubes y la niebla, y por otro, a causa del polvo remanente que
aún flotaría en el espacio entre los planetas en formación.
¿Suena muy complicado o difícil de imaginar? Sí, es posible.
Me parece que un buen ejercicio, para ubicarse en esa situación, sería
imaginarse estar en medio de una fuerte tormenta de arena y una vez allí
intentar ver el Sol.
Seguramente veríamos la luz, el resplandor que nos rodea, pero difícilmente
podríamos identificar con exactitud la fuente, el origen de esa luz. El polvo,
"la arena" que vuela en la tormenta, ese polvo en suspensión nos impediría ver
el Sol.
Por otra parte, mientras "afuera" se desarrolla esta "tormenta de arena" aquí
dentro, en la atmósfera del planeta, nos encontraríamos en medio de una lluvia
hirviente torrencial, con nubes, rayos y relámpagos, además de erupciones
volcánicas, lluvias de cenizas y vapores venenosos.
Ciertamente todo un escenario, un tremendo escenario, un escenario muy distinto
del actual.
Este escenario, en el que hoy probablemente no duraríamos vivos ni un minuto,
crearía las condiciones ideales para iniciar el camino de la vida (humedad,
temperatura, rayos cósmicos y radiación solar -que impactaban sin casi ningún
impedimento). Condiciones ideales que crearían los primeros aminoácidos, las
primeras cadenas moleculares. Cadenas que luego darían origen a organismos más
complejos.
Ahora, que las condiciones están dadas, vamos a adentrarnos en el siguiente
paso. La evolución de la vida.
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